viernes, 6 de noviembre de 2015

El monumento al acordeón en Arjona: la fusión de tres continentes


Oscar Felipe Pardo Ramos

Cuando Ceryl Demian patentaba el acordeón en la gélida Viena del 6 de mayo de 1829, no imaginaba que su invento iba a ser el centro de la devoción de millones de seres al otro lado del Oceano Atlántico y, menos aún, que en la plaza principal de un poblado del caribe colombiano se erigiría una escultura en su honor.

Tampoco nuestros ancestros africanos en su diáspora forzosa a este ignoto continente desde el siglo 16, sospecharon que su accesorio acompañante: la tambora, hecha de un tronco y piel de animal para clamar su desesperada aflicción, fuera a hacer mixtura con un elemento alpino para deleite de enardecidos parranderos.

Con esa misma inocencia, los indios chimilas trajeron un instrumento de fricción fabricado con caña de lata: la guacharaca, para conformar una trifonía excelsa y nueva, totalmente distinta a los elementos que le dieron origen.

Y tal vez de ellos, los chimilas, en el caribe colombiano hemos heredado lo más noble de sus costumbres que era el amor por la música, la cual interpretaban con varios instrumentos aerófonos, idiófonos y membranófonos de fricción y percusión. Dicen los estudiosos del tema que ellos eran excelentes músicos y que tocaban magníficamente las gaitas, tanto así, que fueron capaces de combinar armónicamente la sinfonía musical de la triada flautas, tambor y guacharaca. Valga recordar que solo a finales del siglo 19, décadas después de su invención, el acordeón llegó a Colombia por el puerto de Riohacha; siendo los vaqueros y campesinos de la vieja provincia del Valle de Upar quienes lo incorporaron a sus expresiones musicales y poco a poco fueron remplazando el carrizo (flauta de caña o de millo de los indígenas chimilas) hasta convertirse en el instrumento esencial del conjunto típico de música vallenata.

Pero, más allá de esos hechos lejanos, existe la historia reciente de un hombre que quiso rescatar entre los vidrios rotos de la memoria colectiva, la representación de una de las más puras constumbres del hombre hispanoamericano: su capacidad creativa y a través de ésta, la narración de vivencias cotidianas y la expresión de los sentimientos mediante el canto y la música distintiva de nuestra región. De esta manera, fue Elías Chamorro Ramos en 2009, a la sazón Presidente de la Corporación Festival Bolivarense de Acordeón, quien tuvo la genial idea de erigir el monumento que exhibe orgullosa la linda plaza arjonera al lado de las torres imperiales de la iglesia, en el mismo sitio donde unas décadas atrás se paraba religiosamente los domingos en la noche a piropear las lindas chicas que circundaban la plaza, a falta de un mejor lugar para divertirse.

Y no fue casualidad. Quienes conocemos a Elías sabíamos que su paso por la presidencia del máximo certamen cultural de nuestro municipio, dejaría una huella indeleble, propia de su impronta emprendedora; Elías, quien como pocos,  destila el orgullo de haber nacido en Arjona, también ha sido pionero en tareas que solo hombres desprendidos de todo interés material, pueden acometer sin temor al fracaso, como el caso del boxeo en Arjona, siendo creador, junto al autor de estas líneas, del club de boxeo «Dueños del Ring» que a fin de cuentas le ha dado a Colombia un campeón mundial y docenas de campeones nacionales e internacionales, sin mencionar las campañas filantrópicas que ha conducido con tino y honestidad.

Y fue él quien pensó que además de la sonoridad de las canciones, el Festival debía dejarle a Arjona algo más que la emoción y el guayabo de la parranda, de manera que esculpió en su mente un acordeón inmenso al que le agregó luego caja y guacharaca, representación de la trietnia intercontinental que somos hoy genética y culturalmente. Y después de un encuentro, al parecer no tan casual, con Mario García Martínez, un joven escultor acostumbrado a soñar sobre las olas del Canal del Dique, la idea tomó la forma imaginada. Y a Mario le bastó cerrar los ojos un instante para mirar la vida propia contenida en las piedras, el yeso y el concreto y con la magia de sus manos le infundió ese hálito vital que solo tienen las grandes obras de arte.

Pero, viéndolo bien, ¡qué vaina!, faltaba algo importante: un artista representativo de nuestra idiosincrasia arjonera, un cultor de la música nuestra, de esos parranderos incansables que aguantan de todo, desde el mal pago hasta la burla de los amigos, pero que en el fondo se reconocen como verdaderos artistas. Y Elías le dijo a Mario: «falta el mejor cajero de Arjona, el que siempre está dispuesto, al que le vibran las manos cuando suena un acordeón… y no puede ser otro que Jorge Luis Torres, el popular Machicha».

Y en efecto, allí estuvo con la caja entre las piernas, acariciándola con sus manos de prestidigitador experto hasta que un mustio viernes santo, más triste que todos los demás, una horda de vándalos alicorados decapitaron su estatua, en un burdo acto que simboliza un verdadero obelisco a la estupidez y la ignorancia. Sin embargo, esta absurda acción, no demolerá jamás la imagen impoluta de un monumento que es hoy un elegante ícono de nuestro municipio, ni el sitial de honor que ocupa el Machicha en el arte musical, ni menos el sueño incólume del emprendedor de siempre que es Elías Chamorro. Y aun así, se muestra imponente para orgullo de los arjoneros, especialmente, cuando forasteros visitantes posan a su lado para una foto inolvidable.

Por eso, Elías, el mundo sabrá por siempre que en la plaza principal de Arjona existe un monumento: acordeón, caja y guacharaca, que más que un homenaje a nuestra música, representa la fusión de tres continentes para alegrarnos la vida con algo más que un vallenato, el propio símbolo de tu amor por Arjona.

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