martes, 24 de noviembre de 2015

La balada… un lenguaje universal



     
Oscar Pardo Ramos

(oskarpar@gmail.com)


«Cuantas veces yo pensé volver

y decir que de mi amor nada cambió,

pero mi silencio fue mayor

y en la distancia muero día a día sin saberlo tú»

 

(Tema: La distancia de Roberto Carlos)

¿Quién no se ha extasiado escuchando una canción que habla de amores y sueños de conquista?, ¿Quién no le ha dedicado a su pareja los versos rutilantes de una canción romántica? ¿Quién no ha añorado esos viejos amores evocados por la voz sentida de un cantor enardecido?  ¿Quién no se ha estremecido de emoción al escuchar una balada? ¿Quién no se ha relajado al disfrutar esa melodía sublime y el canto precioso de un o una baladista de su preferencia? 

La respuesta es: un límite que tiende a cero. Y las razones son múltiples y distintas, pero, más allá de las apreciaciones particulares, hay una sola respuesta consensuada: la balada simboliza el lenguaje del amor, un lenguaje universal.

La balada romántica expresa, en una poesía sencilla y adornada por su tierna melodía, algo que es común a todos los seres humanos: el sentimiento del amor que desborda la simple atracción física,   el eterno drama del amor no correspondido y la firme esperanza de los enamorados incurables.

A veces nos preguntamos también, ¿por qué la balada es el género musical más difundido en el planeta después de la llamada «música culta»? y aunque no podamos responder de una manera tajante y definitiva, osamos decir que su éxito está relacionado con varias de sus características: su suave y cautivante melodía, que puede ser interpretada con los instrumentos más sencillos como una guitarra, un piano o un violín, así como por las orquestas mejor definidas y estructuradas; de igual manera, la calidad de las voces, sus cantantes extraordinariamente carismáticos y, además, las temáticas y mensajes de sus letras que tocan lo más profundo de los sentimientos humanos con sus alegrías, cuitas y esperanzas.

Su rápida expansión por el planeta y el surgimiento de cantores baladistas en todo el mundo, demuestra la capacidad de convocatoria y permanencia de este género musical que hoy se manifiesta en múltiples tendencias, algunas distantes de los formatos convencionales, pero al fin y al cabo con la impronta propia de compositores creativos que coquetean entre lo clásico, lo moderno y postmoderno, porque en la balada también, valga decirlo, hay «nueva ola». Sin embargo, los nuevos exponentes no amenazan con devastar el bien ganado prestigio de los clásicos cuyas canciones, como el buen vino son entre más añejas, más buenas.

En el mundo de la balada hay para todos los gustos: estilos con mucho «feeling» como Julio Iglesias, José Luis Perales, Paul McCartney, John Lenon, Charles Aznavour, Nicola Di Bari, Doménico Modugno, Franco Simone, Francis Cabrel, Rocío Durcal, Ana Gabriel, Juan Gabriel, Roberto Carlos, Leonardo Favio, Leo Dan y Claudia de Colombia, entre muchos, que representan verdaderos íconos de más de una generación de autores e intérpretes que pusieron y ponen aun toda el alma en sus canciones; y grupos como Mocedades, Trigo Limpio, Fórmula V, I Pooh, Los Ángeles Negros y Los Terrícolas que han dejado una huella indeleble en la memoria colectiva. Igualmente, existen estilos emotivos y dinámicos como los de Maná, Franco de Vita, Shakira, Ricardo Montaner, Alberto Plaza y Juanes; narradores y críticos como Ricardo Arjona, Piero, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Así, también, destellan voces maravillosas e incomparables como las de Demis Roussos, Joan Manuel Serrat, Raphael, Camilo Sesto, Nino Bravo, Paloma San Basilio, Laura Pausini y Nana Mouskuori, que seducen los oídos y corazones del público de todo el orbe, lo que habla, sin dudas, de la gran calidad de sus producciones, calidad indiscutible que hace que canciones como Candilejas (Limelight) de Charles Chaplin aún se aprecie tan hermosa y fulgurante como cuando fue grabada en 1952.

Alex Ubago, Amaia Montero, Tiziano Ferro, Alejandro Sanz, Santiago Cruz y un etcétera no muy largo, son algunos de los excelentes exponentes de la balada actual que, aunque muestran una nueva propuesta en el género, luchan contra la mediocridad y no se han dejado atrapar por la ramplonería propia de esta época, caracterizada por la crisis generalizada de la industria musical, donde se produce para satisfacer la demanda en los mercados con ciertas tendencias tan simples como fugaces, con poquísima inspiración y pobre vocación lírica y narrativa, optando por relatos tontos, metáforas en desuso y melodías monótonas.

Una demostración indiscutible de la calidad de las canciones es su vigencia a través del tiempo. Realmente los éxitos que se convierten en clásicos son los que permanecen en la conciencia colectiva de los pueblos y se transmiten por varias generaciones. Y en este aspecto repasamos solo unas cuantas de miles de baladas inolvidables y sus dignos intérpretes: Detalles (Roberto Carlos), Los días del arco iris (Nicola Di Bari), El amor de mi vida (Camilo Sesto), Me olvidé de vivir (Julio Iglesias), Y como es él (José Luis Perales), Amor eterno (Rocío Durcal), No llores por mí Argentina (Paloma San Basilio), Amiga (Miguel Bosé), Mediterráneo (Joan Manuel Serrat), Musique/Mi Razón (Demis Roussos), Fuiste mía un verano (Leonardo Favio), En Aranjuez con mi amor (Nana Mouskouri)…. Y como dije ahorita, miles de canciones con las que nos enamoramos, conquistamos, disfrutamos y lloramos «la traga» y por supuesto, con las que nos consolamos cuando nos abandonaron. Con la balada seguiremos comunicando nuestros sentimientos y pasiones, porque al fin de cuentas… ella es el lenguaje del amor… el lenguaje universal.

viernes, 6 de noviembre de 2015

El monumento al acordeón en Arjona: la fusión de tres continentes


Oscar Felipe Pardo Ramos

Cuando Ceryl Demian patentaba el acordeón en la gélida Viena del 6 de mayo de 1829, no imaginaba que su invento iba a ser el centro de la devoción de millones de seres al otro lado del Oceano Atlántico y, menos aún, que en la plaza principal de un poblado del caribe colombiano se erigiría una escultura en su honor.

Tampoco nuestros ancestros africanos en su diáspora forzosa a este ignoto continente desde el siglo 16, sospecharon que su accesorio acompañante: la tambora, hecha de un tronco y piel de animal para clamar su desesperada aflicción, fuera a hacer mixtura con un elemento alpino para deleite de enardecidos parranderos.

Con esa misma inocencia, los indios chimilas trajeron un instrumento de fricción fabricado con caña de lata: la guacharaca, para conformar una trifonía excelsa y nueva, totalmente distinta a los elementos que le dieron origen.

Y tal vez de ellos, los chimilas, en el caribe colombiano hemos heredado lo más noble de sus costumbres que era el amor por la música, la cual interpretaban con varios instrumentos aerófonos, idiófonos y membranófonos de fricción y percusión. Dicen los estudiosos del tema que ellos eran excelentes músicos y que tocaban magníficamente las gaitas, tanto así, que fueron capaces de combinar armónicamente la sinfonía musical de la triada flautas, tambor y guacharaca. Valga recordar que solo a finales del siglo 19, décadas después de su invención, el acordeón llegó a Colombia por el puerto de Riohacha; siendo los vaqueros y campesinos de la vieja provincia del Valle de Upar quienes lo incorporaron a sus expresiones musicales y poco a poco fueron remplazando el carrizo (flauta de caña o de millo de los indígenas chimilas) hasta convertirse en el instrumento esencial del conjunto típico de música vallenata.

Pero, más allá de esos hechos lejanos, existe la historia reciente de un hombre que quiso rescatar entre los vidrios rotos de la memoria colectiva, la representación de una de las más puras constumbres del hombre hispanoamericano: su capacidad creativa y a través de ésta, la narración de vivencias cotidianas y la expresión de los sentimientos mediante el canto y la música distintiva de nuestra región. De esta manera, fue Elías Chamorro Ramos en 2009, a la sazón Presidente de la Corporación Festival Bolivarense de Acordeón, quien tuvo la genial idea de erigir el monumento que exhibe orgullosa la linda plaza arjonera al lado de las torres imperiales de la iglesia, en el mismo sitio donde unas décadas atrás se paraba religiosamente los domingos en la noche a piropear las lindas chicas que circundaban la plaza, a falta de un mejor lugar para divertirse.

Y no fue casualidad. Quienes conocemos a Elías sabíamos que su paso por la presidencia del máximo certamen cultural de nuestro municipio, dejaría una huella indeleble, propia de su impronta emprendedora; Elías, quien como pocos,  destila el orgullo de haber nacido en Arjona, también ha sido pionero en tareas que solo hombres desprendidos de todo interés material, pueden acometer sin temor al fracaso, como el caso del boxeo en Arjona, siendo creador, junto al autor de estas líneas, del club de boxeo «Dueños del Ring» que a fin de cuentas le ha dado a Colombia un campeón mundial y docenas de campeones nacionales e internacionales, sin mencionar las campañas filantrópicas que ha conducido con tino y honestidad.

Y fue él quien pensó que además de la sonoridad de las canciones, el Festival debía dejarle a Arjona algo más que la emoción y el guayabo de la parranda, de manera que esculpió en su mente un acordeón inmenso al que le agregó luego caja y guacharaca, representación de la trietnia intercontinental que somos hoy genética y culturalmente. Y después de un encuentro, al parecer no tan casual, con Mario García Martínez, un joven escultor acostumbrado a soñar sobre las olas del Canal del Dique, la idea tomó la forma imaginada. Y a Mario le bastó cerrar los ojos un instante para mirar la vida propia contenida en las piedras, el yeso y el concreto y con la magia de sus manos le infundió ese hálito vital que solo tienen las grandes obras de arte.

Pero, viéndolo bien, ¡qué vaina!, faltaba algo importante: un artista representativo de nuestra idiosincrasia arjonera, un cultor de la música nuestra, de esos parranderos incansables que aguantan de todo, desde el mal pago hasta la burla de los amigos, pero que en el fondo se reconocen como verdaderos artistas. Y Elías le dijo a Mario: «falta el mejor cajero de Arjona, el que siempre está dispuesto, al que le vibran las manos cuando suena un acordeón… y no puede ser otro que Jorge Luis Torres, el popular Machicha».

Y en efecto, allí estuvo con la caja entre las piernas, acariciándola con sus manos de prestidigitador experto hasta que un mustio viernes santo, más triste que todos los demás, una horda de vándalos alicorados decapitaron su estatua, en un burdo acto que simboliza un verdadero obelisco a la estupidez y la ignorancia. Sin embargo, esta absurda acción, no demolerá jamás la imagen impoluta de un monumento que es hoy un elegante ícono de nuestro municipio, ni el sitial de honor que ocupa el Machicha en el arte musical, ni menos el sueño incólume del emprendedor de siempre que es Elías Chamorro. Y aun así, se muestra imponente para orgullo de los arjoneros, especialmente, cuando forasteros visitantes posan a su lado para una foto inolvidable.

Por eso, Elías, el mundo sabrá por siempre que en la plaza principal de Arjona existe un monumento: acordeón, caja y guacharaca, que más que un homenaje a nuestra música, representa la fusión de tres continentes para alegrarnos la vida con algo más que un vallenato, el propio símbolo de tu amor por Arjona.

Beccaria: en defensa de los más altos valores de la justicia y del derecho «Dichosas, pues, aquellas pocas naciones que, sin esperar...