jueves, 19 de enero de 2017

Ismael Rudas, entre la tradición y la renovación


Ismael Rudas, entre la tradición y la renovación



Por Oscar Felipe Pardo Ramos



 Solo tenía cuatro años cuando sorprendió a todo el mundo, incluso a su padre, tocando La Piña Madura en un acordeón pequeñito que él le fabricó, tan pequeño que solo tenía siete notas en la parte de la mano derecha y dos bajos a la izquierda. Era la edad del descubrimiento del mundo que le rodeaba y mientras sus amiguitos convertían en juguete cualquier objeto cercano, él descubría en el acordeón un universo de sonidos que, aun siendo tantos, no calmaban su extrema curiosidad. Esa temprana manifestación de sus aptitudes y precoz exploración, confirmaba una vez más la sentencia universal de que la sabiduría está escondida, pero no para los oídos del entendimiento.  
La influencia de su padre y los viejos juglares
Fue un 3 de enero en Caracolicito, a solo cinco kilómetros de El Copey, Cesar (entonces departamento del Magdalena) donde Doña Isabel Dolores Mieles le regaló a su esposo Ismael Rudas Jaramillo, precisamente el día de su cumpleaños número 32, al primogénito Ismael Antonio, quien no tardaría en demostrar su virtuosismo en el arte musical.  De Ismael el padre, se dice que fue el mejor técnico de acordeones de la región,  de lo cual dieron fe los grandes juglares de entonces, como Luis Enrique Martínez, Alejo Durán, Abel Antonio Villa, Pacho Rada y Calixto Ochoa, entre otros; y más tarde Ovidio Granados y el Gran «Colacho» Mendoza. Fue en ese cosmos de melodías donde creció Ismaelito, y donde su creatividad empezó a florecer, teniendo a su alcance, siempre, las enseñanzas de su progenitor y, sobre todo, los ojos y oídos bien abiertos ante las interpretaciones de esos grandes maestros.
La musa temprana
Desde muy joven organizó su propia agrupación, demostrando su talento, tocando y cantando él mismo en fiestas y reuniones familiares en Caracolicito y en otros lugares cercanos. Y producto de ese ímpetu juvenil surgieron dos preciosas canciones: Imelda y El Viejo Baúl. La primera fue la erupción de un volcán de sentimientos exacerbados por la gracia de una regia jovencita que encendió su febril imaginación, levitando sobre las diáfanas aguas del Río Ariguaní, en la vereda Las Colonias frente a El Idilio, pensión de propiedad de la familia de Imelda, quien pese a ser solo una quimera de su primera juventud, esculpió con su sonrisa tierna una estampa indeleble en su alma de poeta errante; la otra, fue una secuencia de la canción anterior, por obra y gracia de los recuerdos perennes de ese amor idealizado, de las ansias que titilan entre sombras y destellos y que no se apagan jamás.
Su carrera artística
Desde su primera grabación en 1970, en más de cuatro décadas de admirable carrera musical, grabó con su canto y su acordeón muchas canciones propias y de otros  autores; luego, aunó su indiscutible talento a grandes voces del vallenato como Daniel Celedón (con quien conformó el memorable grupo El Doble Poder, ganador de varios discos de oro, de platino y la Orquídea de Plata Philips), así también a Adaníes Díaz, Jesús Manuel, Armando Mendoza, Juan Piña, Elías Rosado, Ronald Ayazo, Yolandita y Jorgito Celedón, entre otros, imprimiendo en cada interpretación la calidad que le ha consagrado como uno de los mejores acordeonistas de todos los tiempos y que ha demostrado, con lujo de competencias, en muchos rincones del planeta. De hecho, su extensa lista de éxitos inmortales no deja lugar a dudas, para mencionar –por razones de espacio- solo unos cuántos: A fuego lento, Cenizas, Drama provinciano, Un día muy triste, Amigo mío,  Mercedes, El saludo, Directo al corazón, Imelda, El viejo baúl, Mi orgullo, El borracho, Una canción eterna, Una rosa en mi jardín, El artista, El hijo del pueblo, La gota fría y Confidencia (estas dos últimas, sin duda, las mejores versiones que se han hecho de estos temas), entre otras tantas. Así, también, lleva el sello de su calidad el LP El Azote Vallenato, donde está incluido Compañera, con Juan Piña; y aunque muchos no sepan, en el tema Mi Presidio, el reconocido éxito cantado por Romualdo Brito, el maestro Ismael toca el acordeón -y no Alonso Gil- como aparece en la carátula del disco.
Mencionemos, también, que este torrente de creatividad y versatilidad para interpretar diferentes ritmos y géneros musicales ha desembocado en producciones novedosas como Rumbeando (un trabajo con Romualdo Brito, quien tuvo la idea de hacer un disco en el que cada canción fuese de un género diferente: reggae, merengue, soca, champeta, paseo vallenato, cumbión, porro, lambada, raspa, cumbia y pasebol. En este trabajo, quien hace la primera voz en los coros, no había grabado antes, ni como corista, ni como cantante solista: Nelson Velásquez, el de Los Inquietos hoy); de igual manera, el LP Los Sabaneros (una producción no vallenata con intérpretes como Lucho Pérez, César Castro y Nacho Paredes, quienes pertenecieron a Los Corraleros de Majagual,  los arreglos de El Michi Sarmiento, el bajo del popular «Calilla»  y la dirección de Lenin Bueno Suárez); y en otras producciones espectaculares y atrevidas como Acordes de Trompetas (una bella simbiosis de acordeón y trompetas).
Siendo un artista polifacético, compositor, cantante, arreglista y productor, virtuoso del tono menor, el maestro Ismael Rudas ha marcado con su impronta exitosa el género vallenato entre la tradición y la renovación, con un estilo propio que coquetea entre un clásico natural como Luis Enrique Martínez y un versátil innovador como Alfredo Gutiérrez, creando nuevas figuras y explorando otras posibilidades melódicas, más allá de lo tradicional, pero sin perder la esencia del vallenato real. De hecho, por su indiscutible capacidad interpretativa y conocimientos del género, el maestro Ismael fue escogido por Daniel Samper y Pilar Tafur para dirigir la producción musical 100 Años de Vallenato (1996), la más importante de este género que se ha hecho en el mundo; y donde el maestro demuestra una vez más su grandioso talento como intérprete -en algunos temas- y productor.
Epílogo
Hoy, ya retirado de las tarimas, continúa haciendo música –lo que más le gusta-, fungiendo como arreglista y productor en su propio estudio de grabación G.RUVEL, en Barranquilla, cuidando cada detalle, cada nota, cada arpegio. Pero, más allá de las emociones que despiertan esas notas excelsas, se halla un ser humano extraordinario, un esposo, padre y abuelo amoroso y, sobre todo, un entrañable amigo, tan bueno en la música como en el arte de tratar a sus amistades.



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