jueves, 13 de enero de 2011

Agua dulce: una sola gota... y se agota


No se puede medir con precisión la cantidad de agua del planeta. Sin embargo, según cálculos, habría unos 1.400 millones de kilómetros cúbicos, de los cuales el 97,4%, es decir, casi toda el agua, es marina, salada, no apta para el consumo humano. Esa masa total del agua no varía, pero circula permanentemente entre el mar, el cielo y la tierra firme. De esta circulación dependen, directamente, los re­cursos de agua dulce de todas las regiones. Es claro pues que el agua dulce no predomina, representa apenas el 2,6% de agua del mundo. Además su distribución no es uniforme: las dos terceras partes se encuentran en es­tado sólido, en el hielo de los glaciares y casquetes polares, o sea de difícil acceso al consumo humano. La  parte restante está en los ríos, lagos, nubes y en el cuerpo de las criaturas. En los acuíferos subterráneos yace una buena cantidad, también de difícil acceso. En síntesis, sólo el 0,014% del agua mundial es dulce, líqui­da y superficial. Se podría decir: ¡una gota de agua! Sin embargo la estamos deteriorando a una gran velocidad. Cada día es más difícil y costoso encontrar agua segura para el consumo humano.

La situación mundial no es nada alentadora. Las Naciones Unidas calculan que una cuarta parte de la humanidad no tiene asegurado el abastecimiento de agua dulce.

En el año 2000 éramos 6.100 millones de personas, y si se considera en 200 litros por día el consumo promedio por persona, la demanda diaria de agua era de 1.220 millones de metros cúbicos. Pero como el agua en el mundo no aumenta, la que ten­emos hoy es la misma que hemos tenido siempre, es impe­rioso para la humanidad estudiar y resolver el problema del manejo y preservación de este recurso. De lo contrario se tornará en una amenaza implacable para la raza humana, persistiendo así la pérdida de cultivos, infraestructura y vida por efecto de inundaciones, avalanchas, contami­nación y erosión.

La agricultura es la actividad humana que más agua dulce consume: el 70% de toda el agua. A escala mundial, la su­perficie de los regadíos se ha multiplicado por seis en los últimos 100 años, pasando de 47,3 millones a unos 300 millones de hectáreas. No es descabellado pensar que entre los agricultores y los habitantes de las ciudades, necesitados de agua potable y de servicios de saneamiento, se produzca un conflicto directo a la hora de disponer de las existencias de agua. En los últimos 50 años el consumo de agua potable se ha duplicado.

El agua es el único elemento irremplazable en la naturaleza y sin ella finalizan todas las posibilidades de vida.

El hombre moderno ha ignorado esto. Apreciemos en el siguiente cuadro la comparación entre la disponibilidad de agua que tuvo el mundo en 1950 y 2000, discriminada por continentes:
Disponibilidad en metros cúbicos de agua por persona-año 1950 – 2000

1950
2000
EUROPA
6
4
ASIA
9.6
3.3
AFRICA
20.6
5.1
AMERICA LATINA
105
28.3

El cuadro anterior mide cabalmente la dimensión del reto. El agua dulce va a ser en los próximos quince o veinte años el problema ambiental y político más decisivo que enfrentará la humanidad. En comparación, la amenaza nu­clear y los conflictos en torno al petróleo tendrán una im­portancia secundaria.

Sin embargo, esas estadísticas son generales, no revelan lo que pasa país por país, donde encontramos desbalances también abrumadores: mientras casi tres cuartas partes de la población mundial sólo puede disponer de 59 litros por día, cada americano del norte, por ejemplo, consume 1.000 litros en promedio. Una buena parte de ese consumo de agua se les va a los norteamericanos en lavar el carro y regar el jardín.

Perspectivas
La contaminación, el aumento acelerado de la desertificación, la explotación irracional y los gigantescos incendios de los bosques, el monocultivo de miles de hectáreas como la amapola o la coca, el café o los viñedos, y muchas otras, amenazan seriamente con producir una crisis respecto a este recurso.
La Organización Meteorológica Mundial pronostica, que de seguir las cosas como van, en el siglo XXI habrá penuria de agua, suelos y fuentes cada vez más contaminados, inundaciones y sequías cada vez más graves. Más aún, en foros recientes se ha llamado la atención sobre posibles guerras por el agua en los próximos años.
Mientras todo esto ocurre, se plantea en todo el mundo, bajo los lineamientos de varios organismos internacionales como el Fondo Monetario, la banca multilateral y otros, la necesidad de privatizar las empresas que manejan el agua, tanto para consumo humano directo, como para regadíos o generación de energía. El argumento fundamental a favor de la privatización se refiere a la supuesta mayor eficiencia administrativa de las empresas privadas y su mayor capacidad de inversión y modernización tecnológica. El argumento a favor de mantenerla como bien público reposa en su condición de bien estratégico, y por lo tanto de propiedad de todos y no solo de unos pocos. La privatización ha tenido consecuencias de exclusión de los pobres por tarifas muy altas, y el deterioro del servicio, así como la falta de capacidad para proteger los ecosistemas que son fuente del agua.
La problemática del agua es, entonces, muy compleja, y fundamentalmente requiere que se genere una mayor participación de las comunidades para comprender las situaciones específicas de cada lugar, buscar soluciones con el compromiso de todos los ciudadanos, ponerlas en práctica y, en fin, hacer todo lo necesario para proteger el bien más preciado para los seres vivos. 

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