Oscar Pardo Ramos
(oskarpar@gmail.com)
«Cuantas veces yo pensé volver
y decir que de mi amor nada cambió,
pero mi silencio fue mayor
y en la distancia muero día a día sin saberlo tú»
(Tema: La distancia de Roberto Carlos)
¿Quién no se
ha extasiado escuchando una canción que habla de amores y sueños de conquista?,
¿Quién no le ha dedicado a su pareja los versos rutilantes de una canción
romántica? ¿Quién no ha añorado esos viejos amores evocados por la voz sentida
de un cantor enardecido? ¿Quién no se ha
estremecido de emoción al escuchar una balada? ¿Quién no se ha relajado al
disfrutar esa melodía sublime y el canto precioso de un o una baladista de su
preferencia?
La respuesta
es: un límite que tiende a cero. Y las razones son múltiples y distintas, pero,
más allá de las apreciaciones particulares, hay una sola respuesta consensuada:
la balada simboliza el lenguaje del amor, un lenguaje universal.
La balada
romántica expresa, en una poesía sencilla y adornada por su tierna melodía,
algo que es común a todos los seres humanos: el sentimiento del amor que desborda
la simple atracción física, el eterno
drama del amor no correspondido y la firme esperanza de los enamorados incurables.
A veces nos
preguntamos también, ¿por qué la balada es el género musical más difundido en el
planeta después de la llamada «música culta»? y aunque no podamos responder de
una manera tajante y definitiva, osamos decir que su éxito está relacionado con
varias de sus características: su suave y cautivante melodía, que puede ser
interpretada con los instrumentos más sencillos como una guitarra, un piano o
un violín, así como por las orquestas mejor definidas y estructuradas; de igual
manera, la calidad de las voces, sus cantantes extraordinariamente carismáticos
y, además, las temáticas y mensajes de sus letras que tocan lo más profundo de
los sentimientos humanos con sus alegrías, cuitas y esperanzas.
Su rápida
expansión por el planeta y el surgimiento de cantores baladistas en todo el
mundo, demuestra la capacidad de convocatoria y permanencia de este género
musical que hoy se manifiesta en múltiples tendencias, algunas distantes de los
formatos convencionales, pero al fin y al cabo con la impronta propia de
compositores creativos que coquetean entre lo clásico, lo moderno y postmoderno,
porque en la balada también, valga decirlo, hay «nueva ola». Sin embargo, los
nuevos exponentes no amenazan con devastar el bien ganado prestigio de los
clásicos cuyas canciones, como el buen vino son entre más añejas, más buenas.
En el mundo
de la balada hay para todos los gustos: estilos con mucho «feeling» como Julio Iglesias, José Luis Perales, Paul McCartney, John
Lenon, Charles Aznavour, Nicola Di Bari, Doménico Modugno, Franco Simone, Francis
Cabrel, Rocío Durcal, Ana Gabriel, Juan Gabriel, Roberto Carlos, Leonardo
Favio, Leo Dan y Claudia de Colombia, entre muchos, que representan verdaderos íconos de más de una
generación de autores e intérpretes que pusieron y ponen aun toda el alma en
sus canciones; y grupos como Mocedades, Trigo Limpio, Fórmula V, I
Pooh, Los Ángeles Negros y Los Terrícolas que han dejado una huella indeleble
en la memoria colectiva. Igualmente,
existen estilos emotivos y dinámicos como los de Maná, Franco de Vita, Shakira,
Ricardo Montaner, Alberto Plaza y Juanes; narradores y críticos como Ricardo
Arjona, Piero, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Así, también, destellan voces maravillosas
e incomparables como las de Demis Roussos, Joan Manuel Serrat, Raphael, Camilo
Sesto, Nino Bravo, Paloma San Basilio, Laura Pausini y Nana Mouskuori, que seducen
los oídos y corazones del público de todo el orbe, lo que habla, sin dudas, de
la gran calidad de sus producciones, calidad indiscutible que hace que
canciones como Candilejas (Limelight) de Charles Chaplin aún se aprecie tan hermosa y fulgurante
como cuando fue grabada en 1952.
Alex Ubago,
Amaia Montero, Tiziano Ferro, Alejandro Sanz, Santiago Cruz y un etcétera no
muy largo, son algunos de los excelentes exponentes de la balada actual que, aunque
muestran una nueva propuesta en el género, luchan contra la mediocridad y no se
han dejado atrapar por la ramplonería propia de esta época, caracterizada por
la crisis generalizada de la industria musical, donde se produce para
satisfacer la demanda en los mercados con ciertas tendencias tan simples como
fugaces, con poquísima inspiración y pobre vocación lírica y narrativa, optando
por relatos tontos, metáforas en desuso y melodías monótonas.
Una
demostración indiscutible de la calidad de las canciones es su vigencia a
través del tiempo. Realmente los éxitos que se convierten en clásicos son los
que permanecen en la conciencia colectiva de los pueblos y se transmiten por
varias generaciones. Y en este aspecto repasamos solo unas cuantas de miles de
baladas inolvidables y sus dignos intérpretes: Detalles (Roberto Carlos), Los
días del arco iris (Nicola Di Bari), El amor de mi vida (Camilo Sesto), Me
olvidé de vivir (Julio Iglesias), Y como es él (José Luis Perales), Amor eterno
(Rocío Durcal), No llores por mí Argentina (Paloma San Basilio), Amiga (Miguel
Bosé), Mediterráneo (Joan Manuel Serrat), Musique/Mi Razón (Demis Roussos), Fuiste
mía un verano (Leonardo Favio), En Aranjuez con mi amor (Nana Mouskouri)…. Y
como dije ahorita, miles de canciones con las que nos enamoramos, conquistamos,
disfrutamos y lloramos «la traga» y por supuesto, con las que nos consolamos
cuando nos abandonaron. Con la balada seguiremos comunicando nuestros
sentimientos y pasiones, porque al fin de cuentas… ella es el lenguaje del amor…
el lenguaje universal.