Querida Prima...
Te extraña que piense en ti al borde del sepulcro..?
Ha llegado la última aurora; tengo al frente el mar Caribe azul y plata, agitado como mi alma, por grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con sus viejos picos coronados de nieve, impoluta como nuestros ensueños de 1805; por sobre mí, el cielo más bello de América, la más bella sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz...
Y tú estás conmigo, porque todos me abandonan... Tú conmigo en los postreros latidos de la vida y en las últimas fulguraciones de la conciencia...
Adiós Fanny...
Esta carta de signos vacilantes, la escribe la misma mano que estrechó la tuya en las horas del amor, de la esperanza, de la fe; es la letra escritora del Decreto de Trujillo y del mensaje al Consejo de Angostura... No la conoces, verdad..?
Yo tampoco la reconocería, si la muerte no me señalara con su dedo despiadado, la realidad de este supremo instante...
Si yo hubiera muerto sobre un campo de batalla, dando frente al enemigo, te daría mi gloria, la gloria que entreví a tu lado, en los campos de un sol de primavera...
Muero despreciable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores; víctima de intenso dolor, preso de infinitas amarguras.
Te dejo mis recuerdos, mis tristezas y las lágrimas que no llegaron a verter mis ojos...
No es digna de tu grandeza tal ofrenda..?
Estuviste en mi alma en el peligro; conmigo presidiste los Consejos de Gobierno; tuyos fueron mis triunfos y tuyos mis reveses; tuyos son también mi último pensamiento y mi pena postrimera...
En las noches galantes del Magdalena, vi desfilar mil veces la góndola de Byron por los canales de Venecia; en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no ibas tú: porque tú has flotado en mi alma, mostrada por níveas castidades...
A la hora de los grandes desengaños, a la hora de las íntimas congojas, aparece ante mis ojos moribundos, con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras, y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas, y en tu voz oigo las dianas inmortales de Junín y Bombona...
Adiós Fanny... Todo ha terminado...
Juventud, ilusiones, sonrisas y alegrías se hunden en la nada; sólo tú quedas como visión seráfica, señoreando el infinito, dominando la eternidad.
Me tocó la misión del relámpago:
rasgar un instante la niebla, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío... Adiós..!
Simón Bolívar, 16 de diciembre de 1830…
Te extraña que piense en ti al borde del sepulcro..?
Ha llegado la última aurora; tengo al frente el mar Caribe azul y plata, agitado como mi alma, por grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con sus viejos picos coronados de nieve, impoluta como nuestros ensueños de 1805; por sobre mí, el cielo más bello de América, la más bella sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz...
Y tú estás conmigo, porque todos me abandonan... Tú conmigo en los postreros latidos de la vida y en las últimas fulguraciones de la conciencia...
Adiós Fanny...
Esta carta de signos vacilantes, la escribe la misma mano que estrechó la tuya en las horas del amor, de la esperanza, de la fe; es la letra escritora del Decreto de Trujillo y del mensaje al Consejo de Angostura... No la conoces, verdad..?
Yo tampoco la reconocería, si la muerte no me señalara con su dedo despiadado, la realidad de este supremo instante...
Si yo hubiera muerto sobre un campo de batalla, dando frente al enemigo, te daría mi gloria, la gloria que entreví a tu lado, en los campos de un sol de primavera...
Muero despreciable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores; víctima de intenso dolor, preso de infinitas amarguras.
Te dejo mis recuerdos, mis tristezas y las lágrimas que no llegaron a verter mis ojos...
No es digna de tu grandeza tal ofrenda..?
Estuviste en mi alma en el peligro; conmigo presidiste los Consejos de Gobierno; tuyos fueron mis triunfos y tuyos mis reveses; tuyos son también mi último pensamiento y mi pena postrimera...
En las noches galantes del Magdalena, vi desfilar mil veces la góndola de Byron por los canales de Venecia; en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no ibas tú: porque tú has flotado en mi alma, mostrada por níveas castidades...
A la hora de los grandes desengaños, a la hora de las íntimas congojas, aparece ante mis ojos moribundos, con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras, y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas, y en tu voz oigo las dianas inmortales de Junín y Bombona...
Adiós Fanny... Todo ha terminado...
Juventud, ilusiones, sonrisas y alegrías se hunden en la nada; sólo tú quedas como visión seráfica, señoreando el infinito, dominando la eternidad.
Me tocó la misión del relámpago:
rasgar un instante la niebla, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío... Adiós..!
Simón Bolívar, 16 de diciembre de 1830…
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