La Ciencia Noética: el eslabón perdido entre la ciencia
moderna y el antiguo misticismo
Oscar Felipe Pardo Ramos
En este trazado se presenta una idea fascinante y
atrevida, así como una explicación sucinta del creciente conocimiento
relacionado con esa idea. Se trata de la posibilidad de ofrecer un método y un
discurso coherente y científico a la transformación de la conciencia y la mente
humana, basados en una perspectiva mucho más amplia que la que le ha
dado la psicología hasta ahora.
Me refiero a la
ciencia noética, una joven disciplina científica cuyo objeto de estudio es la
naturaleza y potenciales de la conciencia, empleando para ello múltiples
métodos de conocimiento, que incluyen la intuición, el sentimiento, la razón y
los sentidos. La ciencia noética explora el mundo interior de la mente, la
conciencia, el alma y el espíritu y cómo se relaciona con el universo físico.
Hasta ahora la conciencia ha sido objeto de estudio de ciencias y prácticas
científicas como la filosofía, la psicología, la sociología, la medicina y algunas
de sus especialidades. Cada una de estas ramas del conocimiento se ha ubicado
en una perspectiva distinta y ha descrito, desde su punto de vista, lo que
considera realidad científica y probable de la conciencia. No obstante, ninguna
de las ciencias mencionadas ha agotado, ni puede agotar el conocimiento de un
elemento tan trascendental en la humanización del ser, dadas la amplitud,
diversidad y complejidad de los conceptos que pretenden aprehenderla.
Como se sabe, a lo largo de la historia de la filosofía el
problema del conocimiento, por lo general, se ha abordado mediante una
dicotomía: en un extremo una vertiente sensualista
(conocimiento mediado por los sentidos) y en el otro una vertiente antagónica
reconocida como racionalista
(conocimiento mediado por la razón). Fue el griego Demócrito quien inició la
idea de que es la experiencia sensorial la única fuente del conocimiento
humano, idea que fue seguida por muchos otros pensadores de la época, en
especial por Protágoras quien afirmaba que «el
hombre es la medida de todas las cosas».
Desde otra perspectiva, y en contraposición, Parménides afirmaba que «el pensamiento es idéntico a su ser, pues
nada es fuera del ser», con lo cual le otorgaba al pensamiento un carácter
ontológico que había de desembocar en la teoría
de los dos mundos de Platón.
Como ya es conocido, en el campo epistemológico, Platón defiende la
prevalencia de la razón sobre los sentidos. Más adelante, en su meritoria
síntesis del pensamiento griego de la época, Aristóteles hizo confluir tanto el
sensualismo de Demócrito y sus
seguidores como el innatismo de
Platón, por lo que se ha dicho que en él confluyen las tendencias sensualistas
del conocimiento de sus antecesores en la reconocida tesis de que «nada hay en el entendimiento humano que
antes no haya estado en los sentidos», o en su afirmación de que «la mente del hombre es una plancha de cera
virgen donde la experiencia va imprimiendo sus huellas».
Pero más allá del debate primario y fundamental sobre el origen del conocimiento, se abre paso una tendencia actual, una vertiente epistemológica de base empírica y validada públicamente sobre el terreno de la experiencia subjetiva; y aunque no es nueva, se observa un renovado impulso a la idea de que el conocimiento proviene de la experiencia adquirida en la vida íntima del ser, lo que en cierta forma es un reconocimiento a la milenaria sabiduría de las grandes tradiciones religiosas y los grupos gnósticos. Lo que se espera es que este conocimiento pueda ser, no un secreto perdido en repetidas ocasiones por la dogmatización y la institucionalización, o la tergiversación en múltiples variedades de cultos, sino más bien un patrimonio vivo de toda la humanidad, que pueda tener una utilidad práctica en el desarrollo humano, conocimiento que empieza a ser estructurado y sistematizado por una ciencia emergente denominada noética (que no es propiamente la noética aristotélica).
En los tratados de filosofía, el término noética está relacionado con el
pensamiento, especialmente, el objetivo e
inteligible. A menudo se relaciona con Aristóteles, cuya noética
sería su doctrina de la inteligencia, del intelecto, del entendimiento. Sin embargo, solamente hasta
finales del siglo XX tanto el término como su contenido temático fueron
reconcebidos para crear una nueva epistemología de la conciencia y que inspiró en
los Estados Unidos la fundación del Instituto de Ciencias Noéticas (IONS) en
1973, por parte de Edgar Mitchell, astronauta del Apolo 14, quien luego de
haber caminado sobre la luna, ocupó
el asiento junto a la ventanilla en el viaje de vuelta. Durante el vuelo de
regreso experimentó un instante de epifanía que cambió todo su sentido del
significado y propósito. Cuenta, Mitchell que en ese momento comprendió que las
grandes crisis de nuestra época no se deben a aspectos inherentes al mundo
externo, sino a visiones del mundo viciadas e inadecuadas.
Por otra parte, en la famosa novela
El Símbolo Perdido, el autor Dan
Brown, presenta el término noética profusamente, señalando en forma
de ficción algunas de las atrevidas propuestas de esta ciencia, tales como la
afirmación de que el
pensamiento humano, debidamente canalizado, tiene la capacidad de afectar y
modificar la masa física;
que investigaciones altamente controladas pueden
obtener todas el mismo resultado extraordinario: nuestros pensamientos
interactúan con el mundo físico y efectúan cambios a todos los niveles,
incluido el mundo subatómico. El siguiente fragmento de la novela ilustra
claramente el interesante campo de la ciencia noética:
«En
2001, en las horas que siguieron a los espantosos sucesos del 11 de septiembre,
el campo de la ciencia noética dio un gran salto adelante.
Cuatro científicos descubrieron que cuando
el dolor y el miedo ante esa tragedia unió al mundo en duelo, los resultados de
treinta y siete generadores de eventos aleatorios repartidos por todo el mundo
de repente se volvieron significativamente menos aleatorios. Por alguna razón, la unicidad
de esa experiencia compartida, la coalescencia de millones de mentes, había
afectado la aleatoriedad de esas máquinas, organizando sus resultados y
obteniendo orden del caos.
Este sorprendente descubrimiento tenía
paralelismos con la antigua creencia espiritual en una «conciencia cósmica»;
una vasta coalescencia de intención humana capaz de interactuar con la materia
física. Recientemente, estudios sobre la meditación y la oración habían
obtenido resultados similares en los generadores de eventos aleatorios,
avivando la afirmación de que la «conciencia humana», tal y como la escritora
noética Lynne McTaggart la describía, era una sustancia exterior a los confines
del cuerpo..., una energía altamente organizada capaz de modificar el mundo
físico».
En la obra precitada se esboza, igualmente, que el «pensamiento canalizado» puede influir
en fenómenos físicos como: el crecimiento de las plantas, la dirección en la
que un pez nada en la pecera, la forma en la que las células se dividen en una
placa de Petri, la sincronización de dos sistemas automatizados independientes
o las reacciones químicas del propio cuerpo. Incluso la estructura cristalina
de un sólido en formación puede ser mutable mediante la mente.
Si bien es cierto, que se trata de una novela, lo es también la
validación que la ciencia actual le da a la afirmación categórica de que «el pensamiento humano puede literalmente
transformar el mundo físico», de manera análoga la búsqueda del
perfeccionamiento espiritual mediante el estudio y la reflexión puede,
igualmente, llevar a la meditación profunda y a la transformación de la
conciencia.
Hoy la ciencia noética, más allá de la
fantasía novelesca, explora el tipo de conocimiento que puede lograr
transformaciones de la conciencia humana, conocimiento que puede adoptar la
forma de una intuición que ayuda a guiar nuestras decisiones, o de una manifestación o revelación
que nos conduce a una actitud creativa. Según los investigadores, las
experiencias noéticas llevan a menudo a un nivel de conciencia que puede ayudar
a guiar a las personas hacia nuevas comprensiones del ser. Estas experiencias
son distintas de la clase de conocimiento que llega a través de la razón o del
estudio objetivo del mundo externo. Sin embargo, está fuera de discusión el
hecho de que el conocimiento intuitivo, más allá de toda especulación, requiere
de una propuesta temática y un método científico, que le permita ahondar
profundamente en la naturaleza de la conciencia humana y sus grandes
posibilidades.
La aplicación sistemática de un método por parte
de la ciencia noética, como para cualquier otra ciencia, es una condición
crítica para su reconocimiento como tal. En tal sentido los investigadores noéticos usan métodos científicos para explorar
el «cosmos interior», de la mente (conciencia, alma, espíritu) y cómo se
relaciona con el «cosmos exterior» del mundo físico, es decir, estudian la
capacidad de las personas y su pensamiento, el poder de las intuiciones, la
energía curativa y otros fenómenos que no tienen explicación racional aparente,
y lo que dice sobre la naturaleza de la conciencia humana.
Entre las
investigaciones noéticas actuales se cuentan la búsqueda de respuestas a los
siguientes interrogantes, entre otros: ¿Qué constituye una transformación de la
conciencia? ¿Qué desencadena la transformación? ¿Cómo podemos mantener los
momentos que nos transportan más allá de nosotros mismos? ¿Qué repercusiones
tienen las experiencias de transformación sobre la manera en que vivimos
nuestras vidas? Así mismo, explora temas
no abordados en profundidad por otras ciencias como las fronteras de la
conciencia, la articulación entre la ciencia y la espiritualidad, investiga
energías sutiles y los poderes de curación, indaga científicamente acerca del
amor, el perdón y la gratitud, estudia los efectos de la intención consciente y
la compasión, trata de comprender la base de la visión del mundo imperante y
practica la libertad de pensamiento y de espíritu.
En síntesis, la
noética constituye una especie de «filosofía
perenne», como la concebía Leibniz, esto es, como un conjunto universal o
compartido de verdades que subyacen a todas las culturas, filosofías y
religiones.
En esta
perspectiva, el estudio de la noética nos permitirá entrar en contacto con
todas las visiones del mundo, sistemas de creencias y formas de entender la
realidad. En la práctica se están detectando los hilos comunicantes entre
monjes budistas y científicos de Harvard para hablar de neurociencia y
conciencia; sanadores indígenas trabajando junto a médicos para tratar
pacientes; expertos en física cuántica y biólogos de los sistemas vivos
confirmando visiones espirituales de la conciencia sostenidas tradicionalmente.
Este contacto
de las diferentes formas de entender la realidad está conduciendo al
descubrimiento de nuevas herramientas para vivir en medio de la
complejidad. A medida que la antigua
sabiduría espiritual converge con las ultimas interpretaciones científicas del
mundo y de nuestro lugar en él, encontramos nuevas respuestas a la antiquísimas
preguntas ¿quién soy yo? y ¿qué soy capaz de llegar a ser?
En conclusión,
la ciencia noética podría ser «el eslabón perdido entre la ciencia moderna y el
antiguo misticismo».
Referencias bibliográficas
·
Dan Brown. El Símbolo Perdido. Planeta
Internacional.
·
Dean Radin. Noetic Universe.
·
Mandolfo,
R. El pensamiento antiguo, Editorial Losada. Buenos Aires. Cita
de Aristóteles (Metafísica, XI, 6, 1062) Volumen I pág. 132.
·
Hegel, G.
F. Lecciones sobre la historia de la filosofía, Fondo de Cultura
Económica. México, 1955. Volumen I pág. 234. Véase también el poema de
Parménides citado por Hegel.
·
Oscar Felipe Pardo Ramos. Pitágoras:
místico y eterno aprendiz. Revista Entre Columnas.
·
Osho. La
Geometría de la Conciencia. Círculo de Lectores. Bogotá, D.C. 2008
·
Marilyn Schlitz, et al. Noética. 2ª ed. Ed. Planeta
Colombiana S.A. Bogotá, 2011.
·
Wikipedia, la enciclopedia libre.