lunes, 25 de julio de 2011

Reivindicando a Maquiavelo

«Cuan digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra
dada, que obra con rectitud y no con doblez» Maquiavelo

Es un lugar común escuchar la frase «el fin justifica los medios» para referirse a las acciones o actitudes arribistas, hipócritas o traidoras, en el sentido de buscar compulsivamente el objetivo sin importar los daños que puedan causarse en dicho propósito; y a quienes detentan estas actuaciones, el adjetivo de «maquiavélico».

Con relación a la frase, se le ha atribuido su autoría a Nicolás Maquiavelo, aunque él afirmó realmente que el gobernante debe utilizar los medios disponibles y adecuados para conseguir sus intereses; y se le ha dado gran trascendencia a tal punto, que dicha frase ha llegado a constituirse en la esencia de su pensamiento y doctrina. Y, por lo general, los calificativos de «Maquiavelo» o «maquiavélico», se utilizan abundantemente en lenguaje usual de la política y de la burocracia en la lucha por el poder, con las connotaciones señaladas, que, sin embargo, demuestran hasta qué punto se ha tergiversado su pensamiento,  demostrando, de paso, un desconocimiento de sus aportes a la teoría y a la práctica política y un irrespeto a su memoria.
Para empezar diremos que la expresión «maquiavélico» tiene rima y consonancia con el término «diabólico», de manera que cuando a alguien se le tilda de «maquiavélico» hay cierta asociación a lo diabólico, satanizando el término sin entender realmente su significado. Pero más que un problema de lenguaje, Maquiavelo representa en el imaginario común, no ilustrado, una especie de pragmatismo político, que riñe con los más elementales principios de la ética y la responsabilidad administrativa y política, especialmente entre los más altos gobernantes.
Sin embargo, es menester recordar, antes que nada, que nuestro personaje fue el primer pensador en utilizar el término Estado con la connotación actual, por lo que en cierta forma podríamos considerarlo, un padre, un pionero de la ciencia política, pese a que su pensamiento elude el debate teórico para centrarse en el análisis de las realidades observables o como opina Ribas «se libra del dogmatismo y ensaya una vía que huya del examen de los argumentos justificativos…[1]»; y, además, no debemos olvidar el contexto histórico en que esta obra se escribió.
Debido a su pragmatismo, se puede afirmar que Maquiavelo revolucionó el orden de los planteamientos políticos de su época, al no centrarse en el análisis del deber ser sino en el examen de la realidad, tal como la vivía, sin mayores consideraciones éticas y doctrinales. Otro  de sus méritos innegables es su audacia y valor al poner en discusión pública otros temas polémicos como el poder, la fuerza, la libertad, el orgullo y la sagacidad.  Así mismo, Maquiavelo mostró en sus escritos su preocupación por el fenómeno de la corrupción y apuntó a dilucidar sus causas, considerando este flagelo como uno de los peligros mayores para la estabilidad de las instituciones y de la República. Por otra parte, este pensador puso de presente el carácter laico del Estado, al manifestar valientemente la distancia que debe existir entre el Estado y el clero.
Hasta aquí debemos tener bien claro que la historia ha sido injusta con Maquiavelo, al haber estigmatizado su figura como un ser de ideas despreciables, aunque muchos de nuestros políticos actuales le superarían en la falta de escrúpulos y en egolatría, sin que podamos negar un acentuado utilitarismo que ha escandalizado a  muchas generaciones a través de la historia, pero que también ha sido el estudio de cabecera de muchos gobernantes de distintas ideologías y sistemas políticos, como Napoleón Bonaparte y Benito Mussolini.
Napoleón, por ejemplo, afirma categóricamente en sus comentarios a El Príncipe, que él será uno de los más ilustres príncipes de la historia, señalando que el mismo Maquiavelo se asombraría de cómo supo evitar los inconvenientes que debe enfrentar un príncipe, lo que señala de alguna manera como esta obra le fue de gran utilidad para mantener su capacidad para gobernar. Aunque hay que distinguir que mientras Maquiavelo reflexiona prudentemente sobre los medios que debe usar el gobernante, Napoleón sin ningún pudor aplica y recomienda las medidas más directas para conseguir los fines políticos[2].
Pero, tal vez lo que más llama la atención del pensamiento de Maquiavelo –además de su displicencia por algunas convenciones morales aceptadas en su época– es su intento, bastante osado por cierto, de presumir el conocimiento en la psicología de los líderes y de las masas, bastante tiempo antes de que esta ciencia se convirtiese en disciplina de estudio y de que el marketing comenzara a utilizarla en beneficio de los políticos[3]. 
A fin de cuentas, resulta bastante enriquecedor y edificante leer a Maquiavelo en nuestro tiempo, dado que El Príncipe se mantiene incólume por la vigencia de sus ideas que han sobrevivido el paso del tiempo (una señal inequívoca de su grandeza), más por su utilidad intelectual que política, pero que en todo caso reclama una reivindicación de su nombre, mancillado infortunadamente por una historia polisémica que le asignó una connotación inmerecida y tergiversada a sus ideas de gobierno y del gobernante y, sobretodo, de su sentido de justicia y del uso del poder para el bien común.
Referencias
Nicolás Maquiavelo. El Príncipe. Ed. Elaleph.com
Eduardo José Torres Maldonado. El Príncipe: reflexiones sobre el método y los principios políticos de Maquiavelo.


[1] Judit Ribas. En defensa de Maquiavelo. En: www.uca.edu.sv/facultad/chn/.../maquiavelo.htm. fecha de consulta 17-06-2011
[2] E. Torres.. El Príncipe: reflexiones sobre el método y los principios políticos de Maquiavelo, p. 2.

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