jueves, 2 de enero de 2014

La Ciencia Noética: el eslabón perdido entre la ciencia moderna y el antiguo misticismo


La Ciencia Noética: el eslabón perdido entre la ciencia moderna y el antiguo misticismo
 
Oscar Felipe Pardo Ramos
En este trazado se presenta una idea fascinante y atrevida, así como una explicación sucinta del creciente conocimiento relacionado con esa idea. Se trata de la posibilidad de ofrecer un método y un discurso coherente y científico a la transformación de la conciencia y la mente humana, basados en una perspectiva mucho más amplia que la que le ha dado la psicología hasta ahora.
Me refiero a la ciencia noética, una joven disciplina científica cuyo objeto de estudio es la naturaleza y potenciales de la conciencia, empleando para ello múltiples métodos de conocimiento, que incluyen la intuición, el sentimiento, la razón y los sentidos. La ciencia noética explora el mundo interior de la mente, la conciencia, el alma y el espíritu y cómo se relaciona con el universo físico.
 
Hasta ahora la conciencia ha sido objeto de estudio de ciencias y prácticas científicas como la filosofía, la psicología, la sociología, la medicina y algunas de sus especialidades. Cada una de estas ramas del conocimiento se ha ubicado en una perspectiva distinta y ha descrito, desde su punto de vista, lo que considera realidad científica y probable de la conciencia. No obstante, ninguna de las ciencias mencionadas ha agotado, ni puede agotar el conocimiento de un elemento tan trascendental en la humanización del ser, dadas la amplitud, diversidad y complejidad de los conceptos que pretenden aprehenderla.
 
Como se sabe, a lo largo de la historia de la filosofía el problema del conocimiento, por lo general, se ha abordado mediante una dicotomía: en un extremo una vertiente sensualista (conocimiento mediado por los sentidos) y en el otro una vertiente antagónica reconocida como racionalista (conocimiento mediado por la razón). Fue el griego Demócrito quien inició la idea de que es la experiencia sensorial la única fuente del conocimiento humano, idea que fue seguida por muchos otros pensadores de la época, en especial por Protágoras quien afirmaba que «el hombre es la medida de todas las cosas».
 
Desde otra perspectiva, y en contraposición, Parménides afirmaba que «el pensamiento es idéntico a su ser, pues nada es fuera del ser», con lo cual le otorgaba al pensamiento un carácter ontológico que había de desembocar en la teoría de los dos mundos de Platón.
 
Como ya es conocido, en el campo epistemológico, Platón defiende la prevalencia de la razón sobre los sentidos. Más adelante, en su meritoria síntesis del pensamiento griego de la época, Aristóteles hizo confluir tanto el sensualismo de Demócrito y sus seguidores como el innatismo de Platón, por lo que se ha dicho que en él confluyen las tendencias sensualistas del conocimiento de sus antecesores en la reconocida tesis de que «nada hay en el entendimiento humano que antes no haya estado en los sentidos», o en su afirmación de que «la mente del hombre es una plancha de cera virgen donde la experiencia va imprimiendo sus huellas».

Pero más allá del debate primario y fundamental sobre el origen del conocimiento, se abre paso una tendencia actual, una vertiente epistemológica de base empírica y validada públicamente sobre el terreno de la experiencia subjetiva; y aunque no es nueva, se observa un renovado impulso a la idea de que el conocimiento proviene de la experiencia adquirida en la vida íntima del ser, lo que en cierta forma es un reconocimiento a la milenaria sabiduría de las grandes tradiciones religiosas y los grupos gnósticos. Lo que se espera es que este conocimiento pueda ser, no un secreto perdido en repetidas ocasiones por la dogmatización y la institucionalización, o la tergiversación en múltiples variedades de cultos, sino más bien un patrimonio vivo de toda la humanidad, que pueda tener una utilidad práctica en el desarrollo humano, conocimiento que empieza a ser estructurado y sistematizado por una ciencia emergente denominada noética (que no es propiamente la noética aristotélica).
En los tratados de filosofía, el término noética está relacionado con el pensamiento, especialmente, el objetivo e inteligible. A menudo se relaciona con Aristóteles, cuya noética sería su doctrina de la inteligencia, del intelecto, del entendimiento. Sin embargo, solamente hasta finales del siglo XX tanto el término como su contenido temático fueron reconcebidos para crear una nueva epistemología de la conciencia y que inspiró en los Estados Unidos la fundación del Instituto de Ciencias Noéticas (IONS) en 1973, por parte de Edgar Mitchell, astronauta del Apolo 14, quien luego de haber caminado sobre la luna,     ocupó el asiento junto a la ventanilla en el viaje de vuelta. Durante el vuelo de regreso experimentó un instante de epifanía que cambió todo su sentido del significado y propósito. Cuenta, Mitchell que en ese momento comprendió que las grandes crisis de nuestra época no se deben a aspectos inherentes al mundo externo, sino a visiones del mundo viciadas e inadecuadas.
Por otra parte, en la famosa novela    El Símbolo Perdido, el autor Dan Brown, presenta el término noética profusamente, señalando en forma de ficción algunas de las atrevidas propuestas de esta ciencia, tales como la afirmación de que el pensamiento humano, debidamente canalizado, tiene la capacidad de afectar y modificar la masa física; que investigaciones altamente controladas pueden obtener todas el mismo resultado extraordinario: nuestros pensamientos interactúan con el mundo físico y efectúan cambios a todos los niveles, incluido el mundo subatómico. El siguiente fragmento de la novela ilustra claramente el interesante campo de la ciencia noética:
«En 2001, en las horas que siguieron a los espantosos sucesos del 11 de septiembre, el campo de la ciencia noética dio un gran salto adelante.
Cuatro científicos descubrieron que cuando el dolor y el miedo ante esa tragedia unió al mundo en duelo, los resultados de treinta y siete generadores de eventos aleatorios repartidos por todo el mundo de repente se volvieron significativamente menos aleatorios. Por alguna razón, la unicidad de esa experiencia compartida, la coalescencia de millones de mentes, había afectado la aleatoriedad de esas máquinas, organizando sus resultados y obteniendo orden del caos.
 
Este sorprendente descubrimiento tenía paralelismos con la antigua creencia espiritual en una «conciencia cósmica»; una vasta coalescencia de intención humana capaz de interactuar con la materia física. Recientemente, estudios sobre la meditación y la oración habían obtenido resultados similares en los generadores de eventos aleatorios, avivando la afirmación de que la «conciencia humana», tal y como la escritora noética Lynne McTaggart la describía, era una sustancia exterior a los confines del cuerpo..., una energía altamente organizada capaz de modificar el mundo físico».
 
En la obra precitada se esboza, igualmente, que el «pensamiento canalizado» puede influir en fenómenos físicos como: el crecimiento de las plantas, la dirección en la que un pez nada en la pecera, la forma en la que las células se dividen en una placa de Petri, la sincronización de dos sistemas automatizados independientes o las reacciones químicas del propio cuerpo. Incluso la estructura cristalina de un sólido en formación puede ser mutable mediante la mente.
 
Si bien es cierto, que se trata de una novela, lo es también la validación que la ciencia actual le da a la afirmación categórica de que «el pensamiento humano puede literalmente transformar el mundo físico», de manera análoga la búsqueda del perfeccionamiento espiritual mediante el estudio y la reflexión puede, igualmente, llevar a la meditación profunda y a la transformación de la conciencia.
Hoy la ciencia noética, más allá de la fantasía novelesca, explora el tipo de conocimiento que puede lograr transformaciones de la conciencia humana, conocimiento que puede adoptar la forma de una intuición que ayuda a guiar nuestras decisiones, o de una manifestación o revelación que nos conduce a una actitud creativa. Según los investigadores, las experiencias noéticas llevan a menudo a un nivel de conciencia que puede ayudar a guiar a las personas hacia nuevas comprensiones del ser. Estas experiencias son distintas de la clase de conocimiento que llega a través de la razón o del estudio objetivo del mundo externo. Sin embargo, está fuera de discusión el hecho de que el conocimiento intuitivo, más allá de toda especulación, requiere de una propuesta temática y un método científico, que le permita ahondar profundamente en la naturaleza de la conciencia humana y sus grandes posibilidades.
La aplicación sistemática de un método por parte de la ciencia noética, como para cualquier otra ciencia, es una condición crítica para su reconocimiento como tal. En tal sentido los investigadores noéticos usan métodos científicos para explorar el «cosmos interior», de la mente (conciencia, alma, espíritu) y cómo se relaciona con el «cosmos exterior» del mundo físico, es decir, estudian la capacidad de las personas y su pensamiento, el poder de las intuiciones, la energía curativa y otros fenómenos que no tienen explicación racional aparente, y lo que dice sobre la naturaleza de la conciencia humana.
Entre las investigaciones noéticas actuales se cuentan la búsqueda de respuestas a los siguientes interrogantes, entre otros: ¿Qué constituye una transformación de la conciencia? ¿Qué desencadena la transformación? ¿Cómo podemos mantener los momentos que nos transportan más allá de nosotros mismos? ¿Qué repercusiones tienen las experiencias de transformación sobre la manera en que vivimos nuestras vidas? Así mismo, explora temas no abordados en profundidad por otras ciencias como las fronteras de la conciencia, la articulación entre la ciencia y la espiritualidad, investiga energías sutiles y los poderes de curación, indaga científicamente acerca del amor, el perdón y la gratitud, estudia los efectos de la intención consciente y la compasión, trata de comprender la base de la visión del mundo imperante y practica la libertad de pensamiento y de espíritu.
En síntesis, la noética constituye una especie de «filosofía perenne», como la concebía Leibniz, esto es, como un conjunto universal o compartido de verdades que subyacen a todas las culturas, filosofías y religiones.
En esta perspectiva, el estudio de la noética nos permitirá entrar en contacto con todas las visiones del mundo, sistemas de creencias y formas de entender la realidad. En la práctica se están detectando los hilos comunicantes entre monjes budistas y científicos de Harvard para hablar de neurociencia y conciencia; sanadores indígenas trabajando junto a médicos para tratar pacientes; expertos en física cuántica y biólogos de los sistemas vivos confirmando visiones espirituales de la conciencia sostenidas tradicionalmente.
Este contacto de las diferentes formas de entender la realidad está conduciendo al descubrimiento de nuevas herramientas para vivir en medio de la complejidad.  A medida que la antigua sabiduría espiritual converge con las ultimas interpretaciones científicas del mundo y de nuestro lugar en él, encontramos nuevas respuestas a la antiquísimas preguntas ¿quién soy yo? y ¿qué soy capaz de llegar a ser?  
En conclusión, la ciencia noética podría ser «el eslabón perdido entre la ciencia moderna y el antiguo misticismo».
Referencias bibliográficas
·         Dan Brown. El Símbolo Perdido. Planeta Internacional.
·         Dean Radin. Noetic Universe.
·         Mandolfo, R. El pensamiento antiguo, Editorial Losada. Buenos Aires. Cita de Aristóteles (Metafísica, XI, 6, 1062) Volumen I pág. 132.
·         Hegel, G. F. Lecciones sobre la historia de la filosofía, Fondo de Cultura Económica. México, 1955. Volumen I pág. 234. Véase también el poema de Parménides citado por Hegel.
·         Oscar Felipe Pardo Ramos. Pitágoras: místico y eterno aprendiz. Revista Entre Columnas.
·         Osho. La Geometría de la Conciencia. Círculo de Lectores. Bogotá, D.C. 2008
·         Marilyn Schlitz, et al. Noética. 2ª ed. Ed. Planeta Colombiana S.A. Bogotá, 2011.
·         Wikipedia, la enciclopedia libre.


 Cartagena de Indias, presentado el 9 de septiembre de 2013 (e. v.)

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